Es revelador apreciar las finas relaciones que pueden llegar
a padecer creadores inquietos de
todos los tiempos y cómo sin importar épocas y periodos disimiles de la
historia, se congregan como en algún
pacto, en un Espacio aparentemente
secreto, y con un extraño júbilo
siguen alardeando, lejos de una simple auto-realización individualista, la más vergonzosa de las verdades; La
humana.
Hacer un paralelo entre tipos de pensamiento como el del
filósofo y el del artista
cinematográfico pareciese, de primera mano, un ejercicio complejo, sin
embargo, no es de extrañar que un ser
humano de la talla de Tarkovski sea fácilmente descrito como un filósofo, como
un pensador no solo de la imagen, sino también de lo que llamaríamos arte.
Apenas en el comienzo de uno de los capítulos de Esculpir
en el tiempo, ( El arte como ansia de lo ideal) de Andrei Tarkovski, se
exponen una serie de preguntas con cierta dosis de veneno arraigado en su
aterradora cotidianidad; "¿Para qué existe el arte?,
¿ A quién le hace falta?, ¿ Hay alguien a quién le haga falta?"... Qué gran problema
estético retratado en la aparente simpleza de estas preguntas o qué simple
retrato de una rabiosa pregunta fundacional. Pero no, ¡No es
necesario el arte!. El mundo sin arte puede seguir existiendo, inclusive la
mayoría de lo hombres viven sin arte, el arte nunca ha
sido necesario, y menos para la tierra misma. Pues antes, la naturaleza no era arte, sino naturaleza, y ahora sigue
igual.
El arte no es necesario para vivir, mucha gente vive y muere todos
los días sin ni siquiera haber conocido una pintura, una película, un poeta. La
tierra nunca ha necesitado de nosotros para seguir estando; en un roca no pasa
nada si por algún motivo desapareciera la raza humana y la manzana sigue siendo
manzana si Cezanne nunca la hubiera pintado. Es posible vivir sin visitar en la vida un
museo, una biblioteca, o un cine, pero sin más, el arte sí es necesario para vivir
alegremente, para estar andando por ahí,
con el ideal y la esperanza de que las cosas no son solo cosas, sino que son nuestras cosas, para cantar
con fe de que nosotros somos Junto a
ellas y que ellas (la naturaleza) es sin nosotros. Habitar entre las cosas y vivir
con los demás son cuestiones Éticas de gran calado.[1] Eso,
indudablemente implica alguna alegría, pero no sin antes ser consientes del sacrificio, de quién esté condenado a
seguir este espinoso
camino de lo sensible.
Para Tarkovski no fue mucho
menos que eso, un verdadero Sacrificio que llevó hasta sus últimas
consecuencias, que le determinaron el rumbo de una vida alegremente
insatisfecha, marcada por el exilio de su país de origen. Pues en su
patria, se encontraba la diferencia con
sus propios, con lo que le era propio. La diferenciación que lo hizo único y al
mismo tiempo rebelde en sus ideales estéticos llevó a Tarkovski a poseer la
actitud de un experimentador de espacios
sensibles, la vida hizo de él un verdugo, su cómplice más íntimo, en donde
el tiempo, nuestro tiempo; la modernidad, formo con-el una medida del hombre. Una medida no reproducible ni
cuantificable sino más bien vivible, pero auténticamente indescifrable y
condicionante para el que sienta, como él,
no poder ser sin las ansias de un
ideal,
propio pero innegablemente universal. Tarkovski pensaba Junto, o mejor, Tarkovski Sentía Junto a muchos que se preguntaron sobre la memoria de un subsuelo, sobre la
huella del primer hombre o sobre el curso
del tiempo, pero no de un tiempo cualquiera, ese que podríamos llamar eternidad,
sino del tiempo del día que hay después
de esa eternidad, el inimaginable, el
in-com-prendido. Ese que no se puede ir por ahí negando en la vida, como
si fuera una decisión de ligereza condición
mundana, ese tiempo, sin números y sin nombre. El tiempo de la verdad es el tiempo finito de la eternidad.
Como en una imagen en la que un hombre
lleva una vela, intentando atravesar extremos,
sobre un estanque medio seco, lleno de objetos que suenan así estén olvidados,
apenas visibles sobre la superficie
turbia de aquella agua y con aquel
viento incontrolable que impide
conservar el fuego que llevan las manos del hombre.[2]
No se puede ir por la vida diciendo que no se quiere ser más
artista, o negándose libremente sobre la
situación de la existencia y el compromiso que se tiene con lo otro, con el
otro. El artista no puede negar su fe en lo ideal que implica ser junto al arte
y ser para el arte. Tampoco puede
negar sus más arraigadas y crudas implicaciones. Imaginemos un hombre de la salud, un médico, diciendo: No
puedo sanarte. Ahora imaginemos un artista diciendo lo mismo. La diferencia
entre un medico y un artista es que el artista tiene la facultad para decir, deseo enfermarte. [3]
Cuando el hombre se topa con una imagen de Tarkovski, o mejor,
cuando se llega a La Imagen de un Artista, se “comienza a escuchar dentro de si la voz que
también inspiro”[4]
a un gran hombre. Lentamente se regresa a un espacio sensible que ambos, alguna ves tuvieron y del que ahora son partícipes,
Cómplices. Íntimos, son parte de la cosa (casa) que los mueve, solo pueden
comunicarse por medio de su propio lenguaje, que no es ni traducible ni
estructuralmente estable, porque pertenece a otros ordenes de relación, a
un orden que se asemeja más a lo intempestivo, al caos de lo intangible, a la virtud
de un silencio compartido, a un encadenamiento
interrumpido de afectos, con velocidades variables, precipitaciones y
transformaciones. Cómo anillos abiertos. De
esa manera cuando un artista logra una imagen del hombre (cualquier hombre),
de inmediato, sin él pretenderlo en lo más mínimo, se vuelve un Hombre
Total, un hombre que lo es todo y con todos, y que a su vez es la nada y con la nada se
enfrenta. Sin embargo, éste no es un
punto de llegada y tampoco una condición de satisfacción mediocre de la
posibilidad del éxito, por el contrario, debería ser parte de un ideal, de unas
ansias, un deseo, una pulsión profunda del hombre. Tarkovski es un hombre que encuentra en la
intemperie del mundo moderno, en la envoltura de las cosas de su
infancia, pero también de su adolorida
Rusia, la forma para decir cuestiones absolutas, verdades que cumplen la realización,
la real-alianza de las cosas en su
forma más profunda, en su forma de ser externas, que hace de una imagen todas
las imagenes posibles del mundo y que a su vez son tan solo una. “El arte se dirige a todos, con la esperanza
de despertar una impresión que ante todo sea sentida, de desencadenar una
conmoción emocional y que sea aceptada.”[5]
Andrei
es porque
fue
antes de su existencia,
fue en el cuerpo de otros
y será habitad, hendidura, pliegue, una cavidad de la gran grieta, el engranaje del
des-encadenamiento, la palabra que esta dentro de la palabra, el sentido que esta dentro de lo
sentido, el hombre envuelto, enroscado en lo que tiene nombre y que hace
imposible, en el sentir, pensar lo que no tiene nombre. ¿Cómo se com-portan
las imágenes que Tarkovski ha parido en nosotros? ¿Cómo se puede quemar una casa
sin tenerla? ¿Cómo se siente una imagen de una casa de adentro para afuera?
¿Cómo ser hijo de estos tiempos?.
La filmografía de Tarkovski
yace justo después de la tragedia, de la catástrofe, salvo su última
película, Sacrificio (1986), que es la catástrofe
por si misma; Quemar la casa para encender el
inicio y no permitir el regreso, para pensar el infortunio del exilio y la posibilidad de una última entrega, de una gran ofrenda, que como cuerpo y sangre se ha derramado
sobre nosotros, para pensar asuntos que aún siguen pre-ocupandonos. Así de envuelto podría estar un director como Tarkovski, podríamos incluso decir que sus peliculas son una mentira, que sus ficciones no se parecen en lo más minimo a como vivimos en la realidad, que abren un extraña falsedad, una Falsa-verdad. ¡Que contradicción grandiosa!. Estamos
condenados, sufrimos un Pecado original, claro esta, gracias a Tarkovski que lo sigue reconociendo
entre los vivos.
[1]En el libro Sobre los Espacios, Pintar, Escribir, Pensar
de Jose Luis Pardo se expone una intención de vinculación entre pintores como
Cezanne y pensadores como Spinoza. Se trabaja el concepto de La Éthica de
Spinoza como herramienta para interpretar las relaciones Estéticas entre el
artista y el mundo que ha de aprehender. Cómo es su relación con el mundo y de
qué manera el artista se ve implicado con las cosas y los seres humanos que lo
rodean.
[2] La imagen a la que hago referencia es un largo y difícil plano secuencia en el
que en su película Nostalgia de 1983, justo tres años antes su muerte, logro hacer una
Imagen en la que un hombre, cualquier hombre ( ahí radica la riqueza
de las imágenes de Tarkovski), cruza de extremo a extremo, con una vela
prendida en su manos y frente al implacable viento que lo acosa, un estanque
medio seco.
[3] <<La Tierra, enseña
Zaratustra, tiene
una piel, y esa piel tiene enfermedades; una de esas, por ejemplo, se
llama ‘hombre’>>
[4] Esculpir en el
Tiempo, Andrei Tarkovski, 1983. Pag 66
[5] Ibid
No hay comentarios:
Publicar un comentario