jueves, 11 de julio de 2013

Tarkovski, La imagen en busca del motivo. por: Juan Sebastian Moreno



Es revelador apreciar las finas relaciones que pueden llegar a padecer creadores inquietos de todos los tiempos y cómo sin importar épocas y periodos disimiles de la historia, se congregan como en algún pacto, en un Espacio aparentemente secreto,  y  con un extraño júbilo siguen alardeando, lejos de una simple auto-realización individualista, la más vergonzosa de las verdades; La humana.    

Hacer un paralelo entre tipos de pensamiento como el del filósofo y el del  artista cinematográfico pareciese, de primera mano, un ejercicio complejo, sin embargo,  no es de extrañar que un ser humano de la talla de Tarkovski sea fácilmente descrito como un filósofo, como un pensador no solo de la imagen, sino también de lo que llamaríamos arte. Apenas en el comienzo de uno de los capítulos de  Esculpir en el tiempo, ( El arte como ansia de lo ideal) de Andrei Tarkovski, se exponen una serie de preguntas con cierta dosis de veneno arraigado en su aterradora cotidianidad; "¿Para qué existe el arte?, ¿ A quién le hace falta?, ¿ Hay alguien a quién le haga falta?"... Qué gran problema estético retratado en la aparente simpleza de estas preguntas o qué simple retrato  de  una rabiosa pregunta fundacional. Pero no, ¡No es necesario el arte!. El mundo sin arte puede seguir existiendo, inclusive la mayoría  de  lo hombres viven sin arte, el arte nunca ha sido necesario, y menos para la tierra misma. Pues antes, la naturaleza no era arte, sino naturaleza, y ahora sigue igual.  El arte no es necesario para vivir, mucha gente vive y muere todos los días sin ni siquiera haber conocido una pintura, una película, un poeta. La tierra nunca ha necesitado de nosotros para seguir estando; en un roca no pasa nada si por algún motivo desapareciera la raza humana y la manzana sigue siendo manzana si Cezanne nunca la hubiera pintado.  Es posible vivir sin visitar en la vida un museo, una biblioteca, o un cine, pero  sin más, el arte sí es necesario para vivir alegremente, para estar andando por ahí,  con el ideal y la esperanza de que las cosas no son solo cosas, sino que son nuestras cosas, para cantar con fe de que nosotros somos Junto a ellas y que ellas (la naturaleza) es sin nosotros. Habitar entre las cosas y vivir con los demás son cuestiones Éticas de gran calado.[1] Eso, indudablemente implica alguna alegría, pero no sin antes ser consientes del sacrificio, de quién esté condenado a seguir este espinoso camino de lo sensible. 
Para Tarkovski no fue mucho  menos que eso, un verdadero Sacrificio que llevó hasta sus últimas consecuencias, que le determinaron el rumbo de una vida alegremente insatisfecha, marcada por el exilio de su país de origen. Pues en su patria,  se encontraba la diferencia con sus propios, con lo que le era propio. La diferenciación que lo hizo único y al mismo tiempo rebelde en sus ideales estéticos llevó a Tarkovski a poseer la actitud de un experimentador de espacios sensibles, la vida hizo de él un verdugo, su cómplice más íntimo, en donde el tiempo, nuestro tiempo; la modernidad, formo con-el una medida del hombre. Una medida no reproducible ni cuantificable sino más bien vivible, pero auténticamente indescifrable y condicionante para el que sienta, como él, no poder ser sin las ansias de un ideal, propio pero innegablemente universal. Tarkovski pensaba Junto, o mejor, Tarkovski Sentía Junto a muchos que se preguntaron sobre la memoria de un subsuelo, sobre la huella del primer hombre o sobre el curso del tiempo, pero no de un tiempo cualquiera, ese que podríamos llamar eternidad, sino del tiempo del  día que hay después de esa eternidad, el inimaginable, el  in-com-prendido. Ese que no se puede ir por ahí negando en la vida, como si fuera una decisión de ligereza condición  mundana, ese tiempo, sin números y sin nombre. El tiempo de la verdad es el tiempo finito de la eternidad.   Como en una imagen en la que un hombre lleva una vela, intentando atravesar extremos,  sobre un estanque medio seco, lleno de objetos que suenan así estén olvidados, apenas visibles sobre  la superficie turbia de aquella agua y con aquel  viento incontrolable  que impide conservar el fuego que llevan las manos del hombre.[2]
 
No se puede ir por la vida diciendo que no se quiere ser más artista, o negándose libremente sobre  la situación de la existencia y el compromiso que se tiene con lo otro, con el otro. El artista no puede negar su fe en lo ideal que implica ser junto al arte y ser para el arte. Tampoco puede negar sus más arraigadas y crudas implicaciones. Imaginemos un  hombre de la salud, un médico, diciendo: No puedo sanarte. Ahora imaginemos un artista diciendo lo mismo. La diferencia entre un medico y un artista es que el artista tiene la facultad para decir, deseo enfermarte. [3]

Cuando el hombre se topa con una imagen de Tarkovski, o mejor, cuando se llega a  La Imagen de un Artista, se  “comienza a escuchar dentro de si la voz que también inspiro”[4] a un gran hombre. Lentamente se regresa a un espacio sensible que ambos, alguna ves tuvieron y del que ahora son partícipes, Cómplices. Íntimos, son parte de la cosa (casa) que los mueve, solo pueden comunicarse por medio de su propio lenguaje, que no es ni traducible ni estructuralmente estable, porque pertenece a otros ordenes de relación, a un orden que se asemeja más a lo intempestivo, al caos de lo intangible, a la virtud de un silencio compartido, a un encadenamiento  interrumpido de afectos, con velocidades variables, precipitaciones y transformaciones. Cómo anillos abiertos. De esa manera cuando un artista logra una imagen del hombre (cualquier hombre), de inmediato, sin él pretenderlo en lo más mínimo, se vuelve un Hombre Total, un hombre que lo es todo y con todos, y que a su vez es la nada y con la nada se enfrenta. Sin embargo, éste  no es un punto de llegada y  tampoco una condición de satisfacción mediocre de la posibilidad del éxito, por el contrario, debería ser parte de un ideal, de unas ansias, un deseo, una pulsión profunda del  hombre. Tarkovski es un hombre que encuentra en la intemperie del mundo moderno, en la envoltura de las cosas de su  infancia, pero también de su adolorida Rusia, la forma para decir cuestiones absolutas, verdades que cumplen la realización, la real-alianza de las cosas en su forma más profunda, en su forma de ser externas, que hace de una imagen todas las imagenes posibles del mundo y que a su vez son tan solo una. “El arte se dirige a todos, con la esperanza de despertar una impresión que ante todo sea sentida, de desencadenar una conmoción emocional y que sea aceptada.”[5] Andrei es porque fue antes de su existencia,  fue en el cuerpo de otros y será habitad, hendidura, pliegue, una cavidad de la gran grieta,  el engranaje del des-encadenamiento, la palabra que esta dentro de la palabra, el sentido que esta dentro de lo sentido, el hombre envuelto, enroscado en lo que tiene nombre y que hace imposible, en el sentir, pensar lo que no tiene nombre. ¿Cómo se com-portan las imágenes que Tarkovski ha parido en nosotros? ¿Cómo se puede quemar una casa sin tenerla? ¿Cómo se siente una imagen de una casa de adentro para afuera? ¿Cómo ser hijo de estos tiempos?.  


La filmografía de Tarkovski  yace justo después de la tragedia, de la catástrofe, salvo su última película, Sacrificio (1986), que es la catástrofe por si misma; Quemar la casa para encender el inicio y no permitir el regreso, para pensar el infortunio del exilio y la posibilidad de una última entrega, de una gran ofrenda, que como cuerpo y sangre  se ha derramado sobre nosotros, para pensar  asuntos que aún siguen pre-ocupandonos. Así de envuelto podría estar un director como Tarkovski, podríamos incluso decir que sus peliculas son una mentira, que sus ficciones no se parecen en lo más minimo a como vivimos en la realidad, que abren un extraña falsedad, una Falsa-verdad. ¡Que contradicción grandiosa!. Estamos condenados, sufrimos un Pecado original, claro esta, gracias a Tarkovski que lo sigue reconociendo entre los vivos.


[1]En el libro  Sobre los Espacios, Pintar, Escribir, Pensar de Jose Luis Pardo se expone una intención de vinculación entre pintores como Cezanne y pensadores como Spinoza. Se trabaja el concepto de La Éthica de Spinoza como herramienta para interpretar las relaciones Estéticas entre el artista y el mundo que ha de aprehender. Cómo es su relación con el mundo y de qué manera el artista se ve implicado con las cosas y los seres humanos que lo rodean.
[2] La imagen a la que hago referencia es  un largo y difícil plano secuencia en el que  en su película Nostalgia de 1983, justo tres años antes su muerte, logro hacer una Imagen en  la que un hombre, cualquier hombre ( ahí radica la riqueza de las imágenes de Tarkovski), cruza de extremo a extremo, con una vela prendida en su manos y frente al implacable viento que lo acosa, un estanque medio seco.
[3] <<La Tierra,  enseña Zaratustra, tiene  una piel, y esa piel tiene enfermedades; una de esas, por ejemplo, se llama ‘hombre’>>
[4] Esculpir en el Tiempo, Andrei Tarkovski, 1983. Pag 66
[5] Ibid

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