TÍTULO ORIGINAL | Nuovo Cinema Paradiso |
---|---|
AÑO | 1988 |
DURACIÓN | |
PAÍS | |
DIRECTOR | Giuseppe Tornatore |
GUIÓN | Giuseppe Tornatore |
MÚSICA | Ennio Morricone |
FOTOGRAFÍA | Blasco Giurato |
REPARTO | Philippe Noiret, Jacques Perrin, Salvatore Cascio, Agnese Nano, Brigitte Fosey, Marco Leonardi, Antonella Attiu, Enzo Cannavale, Isa Danieli, Leo Gullota, Pupella Maggio, Leopoldo Trieste |
PRODUCTORA | Coproducción Italia-Francia; Les Films Ariane / Cristaldifilm / TFI Films / RAI |
PREMIOS | 1989: Oscar: Mejor película de habla no inglesa 1989 : Globo de Oro: Mejor película extranjera 1989 : Festival de Cannes: Premio Especial del Jurado 1988 : Premios David di Donatello: Mejor música. 5 nominaciones |
El cine reflejado en las fachadas, sobre nosotros mismos como seres que conforman una sociedad, una sucesión de imágenes con las que nos sentimos cercanos, nos sentimos identificados con el amor, pero no con el amor de amantes, es un amor por el cine, un amor que nos hace seres parecidos en el sentido más amplio de la experiencia, el amor de Totó (marco Leonardi, Totó niño), un amor tan grande y extenso como las historias de Alfredo ( Phillipe Noiret), sobre caballeros que esperan 99 noches bajo balcones oscuros e intempestuosos, un amor tan pequeñito y único como la pequeña plaza que se llena de luz para recibir a unos visitantes sedientos de historias, quizá un amor tan eterno y tan presente, tan puro de forma y contenido como el de Totó hacia Elena (Agnese nano).
El momento inolvidable en que Alfredo nos regala un pedazo de la humanidad, proyectando el cine en la plaza para todos, una introspección, un chequeo constante a la sociedad, el cine rompiendo la arquitectura que nos contiene para darle paso a la construcción de una memoria colectiva, tan inolvidable quizá como el cálido beso de Elena y Salvatore bajo la lluvia, ese eterno regreso, un Ulises que busca su Penélope en cada rincón del celuloide, que recuerda por medio de tantos besos, aquel beso que le llevara a recorrer el mundo en su búsqueda,
un amor que nos acompaña durante su vida, llevando el cine a todos en el edificio más acogedor que pudo haber tenido una pequeña ciudad italiana, tan lleno de experiencias, de risas, de grandilocuencias, de niños que revolotean de un lado a otro, del cura que ve un beso como la manifestación del pecado más original que haya tenido la humanidad , una película llena de símbolos, que nos muestra la vida que se teje y se deshace constantemente, una vertiente a la visión tradicionalista de la guerra como lugar para la tristeza y el dolor de un continente entero, la guerra desde el humor, desde la pasión, superando esta etapa tan innegable en la sociedad europea, una cara alegre por parte de Tornatore ante la desesperación
Estuvimos presentes también para ver como una vida entera se destruía, como daba paso al progreso incansable de la sociedad contemporánea que no se acuerda de lo que somos ni de lo que fuimos, se demolía el lugar donde tantas risas encontramos, donde nos alegraba el tictac del conteo regresivo que daba paso a un mundo nuevo y fascinante, nos olvidamos del lugar donde nos hicimos viejos en tan solo 120 minutos, y en los que sentimos la nostalgia tan grande, una maestría de lo cotidiano, un guion pausado, de ritmos, de giros, de sorpresas, de odas a la vida por parte de Tornatore
Quizá esta obra sea una de las interpretaciones mas exquisitas del cine en la calle, del cine compartido, del cine de todos, acompañados por unos chispazos musicales por parte de Ennio y Andrea Morricone tan bellos como eficaces, entienden los tiempos con una perfección emocional a la que les debemos nuestras más sinceras lagrimas.
El momento inolvidable en que Alfredo nos regala un pedazo de la humanidad, proyectando el cine en la plaza para todos, una introspección, un chequeo constante a la sociedad, el cine rompiendo la arquitectura que nos contiene para darle paso a la construcción de una memoria colectiva, tan inolvidable quizá como el cálido beso de Elena y Salvatore bajo la lluvia, ese eterno regreso, un Ulises que busca su Penélope en cada rincón del celuloide, que recuerda por medio de tantos besos, aquel beso que le llevara a recorrer el mundo en su búsqueda,
un amor que nos acompaña durante su vida, llevando el cine a todos en el edificio más acogedor que pudo haber tenido una pequeña ciudad italiana, tan lleno de experiencias, de risas, de grandilocuencias, de niños que revolotean de un lado a otro, del cura que ve un beso como la manifestación del pecado más original que haya tenido la humanidad , una película llena de símbolos, que nos muestra la vida que se teje y se deshace constantemente, una vertiente a la visión tradicionalista de la guerra como lugar para la tristeza y el dolor de un continente entero, la guerra desde el humor, desde la pasión, superando esta etapa tan innegable en la sociedad europea, una cara alegre por parte de Tornatore ante la desesperación
Estuvimos presentes también para ver como una vida entera se destruía, como daba paso al progreso incansable de la sociedad contemporánea que no se acuerda de lo que somos ni de lo que fuimos, se demolía el lugar donde tantas risas encontramos, donde nos alegraba el tictac del conteo regresivo que daba paso a un mundo nuevo y fascinante, nos olvidamos del lugar donde nos hicimos viejos en tan solo 120 minutos, y en los que sentimos la nostalgia tan grande, una maestría de lo cotidiano, un guion pausado, de ritmos, de giros, de sorpresas, de odas a la vida por parte de Tornatore
Quizá esta obra sea una de las interpretaciones mas exquisitas del cine en la calle, del cine compartido, del cine de todos, acompañados por unos chispazos musicales por parte de Ennio y Andrea Morricone tan bellos como eficaces, entienden los tiempos con una perfección emocional a la que les debemos nuestras más sinceras lagrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario