Fotograma de malamor de Jorge Echeverri.
Prólogo
a un estética periférica.
Apuntes
sobre un nuevo cine hecho por
colombianos.
Juan
Sebastian Moreno
Estuve algo de tiempo en internet antes de empezar a escribir, leyendo y
recordando escenas, más no imágenes, de algunas películas que me gustan. Tenía
una intención, olvidar aquellas películas sobre las que debería hablar este
texto, como queriendo establecer algún mecanismo de auto-evocación ante mi
propia historia del cine, para que ellas, que solo muestran una pequeña parte
de esa resistencia poética en nuestro país, reclamaran como cualquier cristiano
un lugar en cielo después su propia muerte. Las imágenes ya estaban en mi, no
necesitaba recordarlas porque son lo que siento después de que se han ido. La
Imagen es como un rastro, es lo que siento después de haberla visto, como si
estuvieran enterradas y desde arriba, su lápida, apenas fuera una escena, o una
simple frase que viene a la cabeza, un gesto que solo tiene forma durante escasos
segundos. Así, una película quizás no tenga muchas Imágenes
después de ser vista, inclusive hay películas que se recuerdan mucho pero que
no significan ninguna Imagen. El asunto de la Imagen es mucho más que un
recuerdo, por eso es contradictorio hablar de imágenes que no sean propias,
como por ejemplo, una Imagen Nacional. Por eso ojalá nunca pueda hablarse de un
cine colombiano, sino de películas hechas por autores colombianos con las más
sinceras y apremiantes imágenes de sus propias vidas.
Confieso de antemano que mi intención nunca fue construir una reseña y
mucho menos un texto informativo sobre un puñado, diminuto, más no por eso
sencillo, de películas colombianas; La
Sombra del caminante, Ciro Guerra (2004), Los viajes del Viento, Ciro Guerra
(2009), Malamor, Jorge Echeverri (2003) y El vuelco del cangrejo, Oscar Ruiz
Navia (2010), son la muy compleja red de películas que conforman un pequeño
ciclo de cine colombiano, presentado por el cineclub La Mirada Nómada de la Universidad Nacional de Colombia, Sede
Medellín, durante el primer semestre del año 2013.
Ahora, intentar traducir unas cuantas preguntas y reflexiones que me
acosan con respecto a la Imagen y aprovechándome de la magnifica virtud
cinematográfica y humana de la que
gozan estas películas “colombianas” será mi labor rumorear que estas
producciones de arte cinematográfico nacional,
están en una relación estrecha pero particular con su propia época.
¿Es eso posible…encontrar películas que desde su propuesta estética
entreguen a la cinematografía nacional una particularidad descifrable para
proponer, quizás, una dispar mirada de un que hacer audiovisual?. Si algo queda claro, después de ver éstas y
otras tantas películas de la última oleada de producción colombiana, es que no
solamente hay historias que intentan vendernos ambiciosamente un problema común:
“El problema de todos los colombianos”, sino que éstas películas son la muestra
más ferviente de una historia personal de colombianos, pero de los que
prefieren contar su propia historia. Mostrar sus más honestas, y en algunos de
los casos, arriesgadas imágenes que los acosan.
Así, trato no solo de pensar
en el cielo de este país, sino también
en el infierno político-social que tanto ha influenciado las historias
colombianas. Hoy por hoy, lo que más se vende a las masas es la tragedia ajena,
ya sea en unas páginas amarillistas en la prensa, o en una serie narcoterrorista
en la televisión. Algunos alardean sentir dolor de patria, otros simplemente
anestesian todas sus dolencias cada noche, tristemente, antes de dormir.
Pienso en la nubes y la línea de horizonte, pienso las
veces en las que el cine se ha comunicado con estos elementos, pero no solo
como espacios escenográficos de una producción representativa de imaginarios de
un país, sino como elementos simbólicos y realmente valiosos de la forma y no de la figura en la que un autor hace valer sus historias como medio para
contar una imagen propia. Son estas películas, a las que me refiero en este
texto, a las cuales no les hace falta
una virtud de independencia, o mejor dicho, de una dependencia a una Colombia
única y tan diferente como cada individuo, espectador o autor que la compone. No
estamos hablando de un inicio, tampoco de una premonición positivista con respecto a los márgenes de autoría en el
cine colombiano, pues ya muchos directores colombianos, en este pequeñísimo
transcurso desde las primeras producciones cinematográficas en el país, ya han
logrado aprehender de la realidad, su
propia historia; Esos paisajes de color naranja de las terrazas de las comunas
de Medellín, que vimos por vez primera
con las imágenes de Víctor Gaviria en su
Rodrigo D, no están lejos del lento regreso
que hace el joven Fermín y su maestro
Ignacio por lugares nunca antes filmados de las costa atlántica colombiana con
la temprana obra maestra Los Viajes del
Viento. Y de nada es gratuito que estos dos portentosos filmes sean nuestra
única representación en el festival de cine de Cannes, no con esto
anunciando que para lograr un reconocimiento internacional de la talla de uno de
los festivales más importantes del mundo, sea expresamente necesario filmar por
primera vez una imagen o un espacio, sino que por el contrario, queda claro,
lejos de cualquier pretensión de
reconocimiento mediático, que existe una pregunta por parte de algunos
directores por su origen. ¿Dónde esta
el origen de la imagen? ¿Y por qué éste cine nos habla mientras se pregunta su
propio origen?. Es el cine, quizás, la manera en la que muchos se acercan a su
origen y tantean de forma heroica, al menos en este país, una forma diferente de mostrar una imagen
propia y que como un apunte al margen, rescatan indudablemente, ante tanto creador
Crispetero (Trompetero), una Imagen
de autor.
Jorge Echeverri nos ayuda con el tema, al insinuar directamente con una
de sus imágenes el origen de esta nueva mirada. Él, director Bogotano y autor de
una inquietante película, Malamor (2003),
es un director que se las ha arreglado para contar sus propias historias y ese
es el caso de esta película que lamentablemente solo fue estrenada en unas
cuantas salas de cine de la capital, cosa no muy extraña dentro del circuito de
distribución y exhibición nacional, sobre todo para este tipo de películas que
gozan de un corte más experimental.[1]
Con “Malamor” se abre una posibilidad
de pensar y calificar las nuevas realizaciones de parte de directores mucho más
jóvenes en el país, pues es indudable, gracias a las nueva ley de cine, que el terreno cada vez es más sólido para nuevas
miradas caracterizadas por intenciones más personales. Con una escena en los
primeros minutos de la película de Jorge Echeverri puede pensarse en una alusión al
hecho de que sus imágenes e historias no
son del todo ajenas a la difícil realidad colombiana;
La escena retrata a uno de los
protagonistas conduciendo en la noche y con la botella de licor en la mano
escucha en la radio un noticiero que anuncia la muerte de unos extranjeros por
parte de las FARC, hecho que entorpecería los procesos de paz que se estarían
llevando a cabo para ese entonces. Al instante, el personaje con un gesto
decidido cambia rápidamente el noticiero e introduce un casette trasparente del
músico alemán Johan Sebastian Bach. Lo
interesante en este pequeño gesto de valentía, no es la simple idea de ubicar
una película contextualmente es un acontecer
político, sino la fuerza como este rasgo distintivo de la nueva
generación de directores del país se hace evidente.
Este casette no solo simboliza una presunta pausa de los relatos
mediáticos de aquella escena, sino la clara intención de que ese objeto funcionaría
como elemento poético vinculante para el resto del filme. Pero además, es una
clara síntesis de un disgusto y rechazo
colectivo a la realidad a la que supuestamente estamos acostumbrados. Es en
suma una posición discreta pero antipática, de entre creadores y espectadores frente
las circunstancias sociales del país. Pero entonces ¿Es cada vez más
indiferente el cine colombiano a sus problemáticas políticas?, ¿Es posible
contar una historia en Colombia que no tenga la cicatriz de esta violencia?.
Quiero recordar esa escena no como una imagen cargada de simbolismo sino como una imagen contenida en
un signo, una imagen signo, como un reflejo creativo de una nueva
generación, como la síntesis de una mirada sincera, o el inicio de la misma. ¿Podríamos
pensar en el grado cero del cine en
Colombia? ¿Como serían nuestras imágenes si no hubieran asesinado a Gaitán?.
Es normal que aún el país siga siéndonos desconocido y que gracias a una
mirada periférica y descentralizada, algunos directores se resistan en la
Imagen, y nos lleven a inhóspitas regiones,
a nuevos territorios, nos hagan sentir un personaje o que podamos reconocer
algo de nosotros en ellos, que nos enseñen nuevamente lo que es la amistad, que
recuerden el dolor interno de un país nunca antes visto y qué más valeroso que
podamos nosotros reconocer no solo una situación social de identidad nacional
sino también los escondites del alma humana.
Un cine sentido, no es lo mismo que un cine con sentido y estas
películas son todas un mismo sentir, porque son una imagen del mundo propio y a
la vez el levantamiento de un país. Pues en la violencia intrínseca de una
simple relación de amistad entre los protagonistas de La Sombra del Caminante puede estar escondido el secreto de los más
aterradores atentados de la guerrilla en algún municipio. (Rio de oro, Cesar.
Municipio del director Ciro Guerra). En el idea del viaje como proceso sanativo
en la historia de Oscar Ruis Navia puede
estar retratado el empeño de inventar una mirada y de crear su propio cine,
mientras cicatriza, quizás, un “malamor”
pasado. Porque un cine periférico, es como un cine desde afuera, un cine que no
solo abre nuevas líneas de horizonte, sino que también habla desde puntos
íntimamente ligados a la vida, como el amor, la amistad o la cultura. La
periferia es eso que hemos olvidado, pero que sabemos que esta adentro.
¿Por qué un director como Ciro Guerra realiza una película hecha sin un
peso con una camarita de video acompañado por un grupo de muchachos, todos
menores de 25 años, y logra participar en uno de los festivales más importantes
del mundo?, o mejor ¿Cuándo se entendió en el cine colombiano que la mejor
manera de develar verdades políticas no es mostrándolas directamente, ni
reproduciendo los hechos tal cual soñaría cualquier reportero barato ávido de
rating?. Para eso esta el arte, para crear desde la cicatriz, o en el mejor de
los casos para volver la herida cicatriz, porque al igual que la piel humana
ese es su proceso natural, sanar pero no olvidar. “Así que vamos a investigar
cómo se estorban mutuamente cultura y política: así podría comenzar el prólogo
de una estética”[2] ¿Una
nueva estética del cine en Colombia?.
Ojalá, que así nos lo permitan.
[1] Colombia sufre una extraña
enfermedad de exhibición que no es nueva para nadie y sin embargo es simplemente un síntoma del
verdadero problema que se arraiga en los ojos pasivos del espectador común colombiano, pues muchos ven
en el cine una simple posibilidad para rellenar un par de horas libres. Por eso
cada vez se hace más necesario, además indispensable, entregarnos a las
realizaciones nacionales con justa responsabilidad critica y quizás volvernos
cómplices de las historias que nos cuentan, siempre y cuando estas nos lo
permitan. Para poder manifestar desde cualquier medio, ya sea oral o escrito, la insatisfacción
frente a lo poco, de buena calidad, que
nos dejan ver en las salas de cine.)
[2] Musil
Robert, Prólogo a una estética
contemporánea, frase de un Ensayo
escrito aproximadamente en el año 1934.
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