viernes, 27 de septiembre de 2013

Prólogo a un estética periférica.




Fotograma de malamor de Jorge Echeverri.


Prólogo a un estética periférica.
Apuntes sobre un  nuevo cine hecho por colombianos.
Juan Sebastian Moreno


Estuve algo de tiempo en internet antes de empezar a escribir, leyendo y recordando escenas, más no imágenes, de algunas películas que me gustan. Tenía una intención, olvidar aquellas películas sobre las que debería hablar este texto, como queriendo establecer algún mecanismo de auto-evocación ante mi propia historia del cine, para que ellas, que solo muestran una pequeña parte de esa resistencia poética en nuestro país, reclamaran como cualquier cristiano un lugar en cielo después su propia muerte. Las imágenes ya estaban en mi, no necesitaba recordarlas porque son lo que siento después de que se han ido. La Imagen es como un rastro, es lo que siento después de haberla visto, como si estuvieran enterradas y desde arriba, su lápida, apenas fuera una escena, o una simple frase que viene a la cabeza, un gesto que solo tiene forma durante escasos segundos. Así, una película quizás no tenga muchas Imágenes después de ser vista, inclusive hay películas que se recuerdan mucho pero que no significan ninguna Imagen. El asunto de la Imagen es mucho más que un recuerdo, por eso es contradictorio hablar de imágenes que no sean propias, como por ejemplo, una Imagen Nacional. Por eso ojalá nunca pueda hablarse de un cine colombiano, sino de películas hechas por autores colombianos con las más sinceras y apremiantes imágenes de sus propias vidas.

Confieso de antemano que mi intención nunca fue construir una reseña y mucho menos un texto informativo sobre un puñado, diminuto, más no por eso sencillo, de películas colombianas; La Sombra del caminante, Ciro Guerra (2004), Los viajes del Viento, Ciro Guerra (2009), Malamor, Jorge Echeverri (2003) y El vuelco del cangrejo, Oscar Ruiz Navia (2010), son la muy compleja red de películas que conforman un pequeño ciclo de cine colombiano, presentado por el cineclub La Mirada Nómada de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, durante el primer semestre del año 2013.
Ahora, intentar traducir unas cuantas preguntas y reflexiones que me acosan con respecto a la Imagen y aprovechándome de la magnifica virtud cinematográfica y humana de la que gozan estas películas “colombianas” será mi labor rumorear que estas producciones de arte cinematográfico nacional,  están en una relación estrecha pero particular con su propia época.

¿Es eso posible…encontrar películas que desde su propuesta estética entreguen a la cinematografía nacional una particularidad descifrable para proponer, quizás, una  dispar  mirada de un que hacer audiovisual?.  Si algo queda claro, después de ver éstas y otras tantas películas de la última oleada de producción colombiana, es que no solamente hay historias que intentan vendernos ambiciosamente un problema común: “El problema de todos los colombianos”, sino que éstas películas son la muestra más ferviente de una historia personal de colombianos, pero de los que prefieren contar su propia historia. Mostrar sus más honestas, y en algunos de los casos, arriesgadas imágenes que los acosan.
Así, trato no solo  de pensar en  el cielo de este país, sino también en el infierno político-social que tanto ha influenciado las historias colombianas. Hoy por hoy, lo que más se vende a las masas es la tragedia ajena, ya sea en unas páginas amarillistas en la prensa, o en una serie narcoterrorista en la televisión. Algunos alardean sentir dolor de patria, otros simplemente anestesian todas sus dolencias cada noche, tristemente, antes de dormir.
Pienso en la nubes y la línea de horizonte, pienso las veces en las que el cine se ha comunicado con estos elementos, pero no solo como espacios escenográficos de una producción representativa de imaginarios de un país, sino como elementos simbólicos y realmente valiosos  de la forma  y no de la figura en la que un autor hace valer sus historias como medio para contar una imagen propia. Son estas películas, a las que me refiero en este texto, a las cuales  no les hace falta una virtud de independencia, o mejor dicho, de una dependencia a una Colombia única y tan diferente como cada individuo, espectador o autor que la compone. No estamos hablando de un inicio, tampoco de una premonición positivista  con respecto a los márgenes de autoría en el cine colombiano, pues ya muchos directores colombianos, en este pequeñísimo transcurso desde las primeras producciones cinematográficas en el país, ya han logrado aprehender de la realidad, su propia historia; Esos paisajes de color naranja de las terrazas de las comunas de Medellín,  que vimos por vez primera con las imágenes de Víctor Gaviria en su Rodrigo D, no están lejos del lento regreso que hace el joven Fermín y su  maestro Ignacio por lugares nunca antes filmados de las costa atlántica colombiana con la temprana obra maestra Los Viajes del Viento. Y de nada es gratuito que estos dos portentosos filmes sean nuestra única representación en el festival de cine de Cannes,  no con esto anunciando que para lograr un reconocimiento internacional de la talla de uno de los festivales más importantes del mundo, sea expresamente necesario filmar por primera vez una imagen o un espacio, sino que por el contrario, queda claro, lejos de cualquier pretensión  de reconocimiento mediático, que existe una pregunta por parte de algunos directores por su origen. ¿Dónde esta el origen de la imagen? ¿Y por qué éste cine nos habla mientras se pregunta su propio origen?. Es el cine, quizás, la manera en la que muchos se acercan a su origen y tantean de forma heroica, al menos en este país,  una forma diferente de mostrar una imagen propia y que como un apunte al margen, rescatan indudablemente, ante tanto creador Crispetero (Trompetero), una Imagen de autor.
 
Jorge Echeverri nos ayuda con el tema, al insinuar directamente con una de sus imágenes el origen de esta nueva mirada. Él, director Bogotano y autor de una inquietante película, Malamor (2003), es un director que se las ha arreglado para contar sus propias historias y ese es el caso de esta película que lamentablemente solo fue estrenada en unas cuantas salas de cine de la capital, cosa no muy extraña dentro del circuito de distribución y exhibición nacional, sobre todo para este tipo de películas que gozan de un corte más experimental.[1]
Con “Malamor” se abre una posibilidad de pensar y calificar las nuevas realizaciones de parte de directores mucho más jóvenes en el país, pues es indudable, gracias a las nueva ley de cine,  que el terreno cada vez es más sólido para nuevas miradas caracterizadas por intenciones más personales. Con una escena en los primeros minutos de la película de Jorge Echeverri puede pensarse en una alusión al hecho de que sus imágenes e historias no son del todo ajenas a la difícil realidad colombiana;

La escena retrata a uno de los protagonistas conduciendo en la noche y con la botella de licor en la mano escucha en la radio un noticiero que anuncia la muerte de unos extranjeros por parte de las FARC, hecho que entorpecería los procesos de paz que se estarían llevando a cabo para ese entonces. Al instante, el personaje con un gesto decidido cambia rápidamente el noticiero e introduce un casette trasparente del músico alemán Johan Sebastian Bach. Lo interesante en este pequeño gesto de valentía, no es la simple idea de ubicar una película contextualmente es un acontecer  político, sino la fuerza como este rasgo distintivo de la nueva generación de directores del país se hace evidente.

Este casette no solo simboliza una presunta pausa de los relatos mediáticos de aquella escena, sino la clara intención de que ese objeto funcionaría como elemento poético vinculante para el resto del filme. Pero además, es una clara síntesis de un disgusto  y rechazo colectivo a la realidad a la que supuestamente estamos acostumbrados. Es en suma una posición discreta pero antipática, de entre creadores y espectadores frente las circunstancias sociales del país. Pero entonces ¿Es cada vez más indiferente el cine colombiano a sus problemáticas políticas?, ¿Es posible contar una historia en Colombia que no tenga la cicatriz de esta violencia?.  

Quiero recordar esa escena no como una imagen cargada de  simbolismo sino como una imagen contenida en un signo, una imagen signo, como un reflejo creativo de una nueva generación, como la síntesis de una mirada sincera, o el inicio de la misma. ¿Podríamos pensar en el grado cero del cine en Colombia? ¿Como serían nuestras imágenes si no hubieran asesinado a Gaitán?.
Es normal que aún el país siga siéndonos desconocido y que gracias a una mirada periférica y descentralizada, algunos directores se resistan en la Imagen,  y nos lleven a inhóspitas regiones, a nuevos territorios, nos hagan sentir un personaje o que podamos reconocer algo de nosotros en ellos, que nos enseñen nuevamente lo que es la amistad, que recuerden el dolor interno de un país nunca antes visto y qué más valeroso que podamos nosotros reconocer no solo una situación social de identidad nacional sino también los escondites del alma humana.
Un cine sentido, no es lo mismo que un cine con sentido y estas películas son todas un mismo sentir, porque son una imagen del mundo propio y a la vez el levantamiento de un país. Pues en la violencia intrínseca de una simple relación de amistad entre los protagonistas de La Sombra del Caminante puede estar escondido el secreto de los más aterradores atentados de la guerrilla en algún municipio. (Rio de oro, Cesar. Municipio del director Ciro Guerra). En el idea del viaje como proceso sanativo en la historia  de Oscar Ruis Navia puede estar retratado el empeño de inventar una mirada y de crear su propio cine, mientras cicatriza, quizás, un “malamor” pasado. Porque un cine periférico, es como un cine desde afuera, un cine que no solo abre nuevas líneas de horizonte, sino que también habla desde puntos íntimamente ligados a la vida, como el amor, la amistad o la cultura. La periferia es eso que hemos olvidado, pero que sabemos que esta adentro.


¿Por qué un director como Ciro Guerra realiza una película hecha sin un peso con una camarita de video acompañado por un grupo de muchachos, todos menores de 25 años, y logra participar en uno de los festivales más importantes del mundo?, o mejor ¿Cuándo se entendió en el cine colombiano que la mejor manera de develar verdades políticas no es mostrándolas directamente, ni reproduciendo los hechos tal cual soñaría cualquier reportero barato ávido de rating?. Para eso esta el arte, para crear desde la cicatriz, o en el mejor de los casos para volver la herida cicatriz, porque al igual que la piel humana ese es su proceso natural, sanar pero no olvidar. “Así que vamos a investigar cómo se estorban mutuamente cultura y política: así podría comenzar el prólogo de una estética”[2] ¿Una nueva estética del cine en Colombia?.  Ojalá, que así nos lo permitan.



[1] Colombia sufre una extraña enfermedad de exhibición que no es nueva para nadie y  sin embargo es simplemente un síntoma del verdadero problema que se arraiga en los ojos pasivos del  espectador común colombiano, pues muchos ven en el cine una simple posibilidad para rellenar un par de horas libres. Por eso cada vez se hace más necesario, además indispensable, entregarnos a las realizaciones nacionales con justa responsabilidad critica y quizás volvernos cómplices de las historias que nos cuentan, siempre y cuando estas nos lo permitan. Para poder manifestar desde cualquier medio,  ya sea oral o escrito, la insatisfacción frente a lo poco, de buena calidad,  que nos dejan ver en las salas de cine.)

[2] Musil Robert, Prólogo a una estética contemporánea,  frase de un Ensayo escrito aproximadamente en el año 1934.

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