domingo, 29 de enero de 2012

Tokyo Monogatari

TÍTULO ORIGINALTokyo monogatari
AÑO1953
DURACIÓN139 min.
PAÍS
DIRECTORYasujiro Ozu
GUIÓNYasujiro Ozu & Kôgo Noda
MÚSICATakinori Saito
FOTOGRAFÍAYushun Atsuta (B&W)
REPARTOChishu RyuChiyeko HigashiyamaSetsuko HaraSo YamamuraHaruko SugimuraKinoko NiyakeKyoko Kagawa












  

"¿Para qué buscar el ruido cuando reina el silencio?"

Yasujiro Ozu


¿Que hace diferente las películas de Yasujiro Ozu? ¿Que muestra en sus imágenes que aún no logramos entender?
Después de una muy atenta mirada  por parte de Win Wenders y su documental Tokyo-Ga, nos queda una puerta abierta a una sensibilidad que ofrece un cine poco conocido por generaciones mas jóvenes, sin embargo frente a la  infinitas ofertas cinematográficas actuales, este nuevo espectador  lleno de ansias de descifrar los códigos de la imagen en movimiento, no puede ser indiferente a tan  coherente y madura propuesta que nos regala tal vez uno de los mas influyentes visionarios del cine japonés. Hablar de Yasujiro Ozu, presenta un reto. Y de antemano hay que anunciar que cualquier acercamiento textual frente a este cine puede ser tomado como un riesgo. Así como  existe en sus películas una distancia emotiva, así mismo puede que la mirada  ingenua de un espectador curioso se haga evidente. La condición de occidental; el peso de una vida muy distinta a la que se relata en las películas de Ozu, hace merito a una posición de desconocimiento  frente a una cultura milenaria, llena de matices insospechados, que nos muestran las innumerables diferencias humanas arraigadas a contextos sociales, religiosos y estéticos.
Cuentos de Tokio es la historia de una familia; padres e hijos  que  se reencuentran después de varios años, los cambios generacionales y una nueva forma de vivir  hacen que los personajes se sumerjan en un melodrama lleno de verdades existenciales. Los problemas familiares de una familia de clase media japonesa a mediados del siglo son relatados de una manera precisa por encuadres que realzan la vida cotidiana y caracterizan los rasgos del fluir continuo de la vida.
No obstante las imágenes creadas durante  mas de medio siglo por este artista, no hacen solo referencia a una cultura y un tiempo determinado en la historia, sino que además se acercan a un lenguaje propio de universalidad, mas que crear un obra desde  y para su pueblo, Ozu reconoce en su contexto  una forma común, encuentra en su mundo la posibilidad  de mostrar  a los otros, a todos. La historia de la vida y la muerte se revela ante los ojos de cualquier espectador. Una historia verdadera que a todos tarde o temprano nos toca afrontar. En ese transcurso de vida que es para el y para nosotros la única posibilidad, se  enseña a hacer preguntas sobre el cambio de las cosas; los objetos no vuelven a ser los mismos y  las personas  que  conocemos adquieren conductas  que se nos hacen extrañas. Esta película contempla los fuertes  cambios de la  influencia occidental en las culturas mas  antiguas y tradicionales. La forma en que las familias se separan en aras  del desarrollo de una nación, las ciudades cada ves mas distantes  separan los lazos que las personas crean en las primeras etapas de la vida. Y como el padre de esta familia; interpretado  Chishû Ryû, se contempla pasivamente, frente a la imposibilidad de no poder cambiar nada, el lento pero seguro movimiento de las cosas.
El punto de vista de Ozu es distante y frió; planos medios y prolongados de cámara estática le dan personalidad a la forma del relato. Esa quietud, que pasmada se queda frente al objeto filmado y espera a que lo otro se mueva y  suficiente es el mínimo cambio para que el tiempo que pasa en ese plano nos recuerde que no se esta solo. Luego, sabemos  que hubo un gesto humano; el caminar, el mirar, el llorar, el pensar. Todo lo demás pasa sin que nadie se de cuenta. Lo que vemos, es revelado como  si fuera la primera ves. Sabemos  de la cámara, somos consientes de su estar y como tímida se queda a metros de la acción, no hay primeros planos y sin embargo la imagen captura intimidad sin inmiscuirse  del todo en ella. Los  diálogos no son tan importantes como los silencios y la cámara a la altura de alguien sentado de rodillas sobre un tatami[1], se mantiene firme a una distancia discreta de los actores, pretendiendo captar lo que no es ficción. Postrada en una esquina, con el lente de 50 mm nadie domina la escena, la cámara  simplemente mira, contempla,  intenta robar el ensordecedor vacío que nos rodea a todos.
Las imágenes mantienen la calma, todas se vuelven símbolos llenos  de posibles interpretaciones, por esa razón ya no son metáforas visuales sino imágenes totales. Que no pretenden un mas allá, ya que atrapan en su superficie toda la potencia significante; liberadas de cualquier historia las imágenes son únicas y fuertes, cada una es una historia por si misma. Lo mas interesante  es la noción de pausa,  ó si se  quiere el  silencio que existe entre los campos de acción; la pausa entre dos operaciones. No las acciones,  sino el     disfrutar  ver lo que se nos oculta, el objeto de deseo  se nos niega, no es de nadie y es de todos. ¿Qué es lo que hace que los personajes  de esta película se muevan? ¿Qué es lo que mueve al hombre?. No es precisamente una búsqueda de sentido de existencia, tampoco una idea de querer regresar a lo que éramos antes, ¿Que son los personajes de esta película sino simples observadores solitarios?. Ante un mundo que no entienden, quedan pasmados. Un infinito letargo  se apodera de ellos y sin opción, miran  en el horizonte el ocaso de una tiempo propio y el alba de una época ajena.
Liberado el afán de un hombre que pretende prolongar su personalidad en el mundo que no le pertenece, Yasujiro Ozu deja a un lado una imagen egoísta y se concentra en reflejar una era. Hace justicia a tanta ruina. Concentra su mirada en los desechos de la existencia humana. De igual forma lo hace notar Walter Benjamín, en Libro de los pasajes; “ No tengo nada que decir. Solo mostrar,  no quiero hurtar nada preciso ni apropiarme de ninguna fórmula ingeniosa. Sino los harapos, los desechos: de los cuales no quiero hacer inventario sino hacerles justicia de la única manera posible; utilizándolos”.
En realidad la película no cuenta nada nuevo, solo muestra imágenes como un recuerdo de algo que todos  ya sabemos: la vejez y con ella la incurable muerte que nos espera.




[1] Tatami es una especie de estera de tipo japones, usualmente elaborada de paja para cubrir la superficie de los pisos en las casas japonesas. Yasujiro Ozu fue el director más capaz a la hora de aunar la tradición oriental con el arte cinematográfico, y el que más se afanó en adaptar esta tradición japonesa zen al nuevo formato. La técnica del tatami shot es un pilar en su cine, es su marca de estilo y encierra en ella una metáfora explicativa de la cultura en la que surge.

Juan Moreno








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